Nada tenía porqué ser cuestionado. Cada mañana a las seis, pantuflas al pie, se acercaba al espejo y se pasaba las manos por la cara. Luego... la pollera negra y la camisa de ése día, que podía ser con pequeñas flores o con círculos verdes, negros y amarillos o, quizá, depende la estación, de una franela lisa. Todo sobre la enagüa siempre oscura, negra, de satén y puntillas. Tomaba los zapatos, por supuesto con taco, (no puedo caminar sino) y las medias con liga. Al baño. La ducha no se estila todos los días. Asearse completa y la cabeza una vez por semana. Lentamente se vestía. Impecable. Sumamente prolija. Se peinaba con el peine de cola, marcando un flequillo ondulado sobre la frente y sobre las orejas. Podría decirse que estaba vestida, pero no. Siempre, siempre, antes que cualquier otra cosa, el lápiz de cejas las delineaba, un poco de celeste sobre los párpados para resaltar el mismo color de los ojos y por último y sumamente indispensable un suave labial colororeando su boca.
Ahora sí. Podía ir a la cocina, llenar la pava y empezar a preparar el mate a su marido para despertarlo.
este cuento me lo imagino...es tu abuela no?
ResponderEliminarbeso, kari